
Deseamos lo que no tenemos. Envidiamos lo que más deseamos. Y, paralelamente, en nuestra cabeza resuenan campanas con mensajes como: “el suyo es mejor, el mío es peor; el es mejor, yo soy peor. Vivimos en un mundo donde cada día nos dictan como tenemos que vestir, qué comer, a dónde ir… el famoso “tanto tienes tanto vales”; en definitiva, que tipo de persona tenemos que ser para tener “éxito”, tanto a nivel profesional como personal.
Esta incesante actividad de deseo encuentra inevitablemente frustraciones, y muchas generan en esa cobra venenosa que tan bien conocemos, llamada envidia.
La envidia es un mecanismo de defensa que, inconscientemente, ponmemos en funcionamiento cuando nos sentimos disminuidos al comparanos con alguien. Es un intento torpe de recuperar la confianza y autoestima que en algun momento, se tuvieron.
Mis expectativas sobre mi, sobre los demás, o sobre mi mundo hacen que no pueda disfrutar de lo que tengo y que este pendiente de lo que falta y no de lo que hay. De centrarme en lo que tienen los demás en vez de centrarme en mis fortalezas. Las expectativa es la cuna de la decepción, y ésta, el nacimiento de la envidia, que viene directamente relacionada con el miedo.
Pero aún estamos a tiempo: el miedo, posiblemente, sea el mejor amigo de la oportunidad y del cambio, y si lo sabemos utilizar podremos convertirlo en nuestro aliado.
Aprender a aceptar si sabemos que ha llegado su momento, y reconectar con el objetivo más importante que todos tenemos como seres humanos: ser felices. Porque elegir nuestra felicidad es comportarse de manera inteligente. Porqué está en nuestra mano elegir nuestra oportunidad.